Opinión

Opinión: Libertad de prensa en tiempos de post-verdades y “Fake News”

Este 3 de Mayo se conmemora el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Y si hay algo que no cambia es la demanda transversal de defender una prensa libre, totalmente ajena a grupos de presión y sin restricciones de ningún tipo para el libre ejercicio del periodismo.

Desgraciadamente, situaciones como la crisis política, económica y social en Venezuela o el hermetismo imperante en naciones como Corea del Norte nos dan una luz de que todavía estamos lejos de alcanzar dicho estatus.

Pero como si no fuera suficiente, internet ha resultado ser un arma de doble filo para la libertad de prensa. Por un lado, la inmediatez nunca había quedado más de manifiesto antes de la llamada “era digital”. La transformación desde el papel a la supercarretera de la información por parte de los medios tradicionales, el surgimiento de una prensa alternativa, primero a través de blogs y posteriormente a través de publicaciones de nicho, y ahora último las redes sociales, no hicieron otra cosa que cambiar dramáticamente nuestros hábitos de consumo. El problema es que no todos estaban listos para enfrentar dichos cambios.

Pero también se revivieron viejos fantasmas de épocas pasadas, donde no importaba qué se publicaba ni cual era la veracidad de los hechos, lo importante era quien “golpeaba” primero. Pero no fue hasta que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en una de sus intervenciones a través de Twitter, acuñó el término “Fake News” para que dicho fenómeno tuviera nombre y apellido. Hoy todos rasgan vestiduras apelando contra las “Fake News”, pero aún no leo ninguna autocritica al respecto por parte de ningún medio. Honestidad brutal.

Otro elemento acuñado en estos tiempos modernos es el de las llamadas posverdades. Si usted lo ha escuchado pero desconoce de qué se trata, es un neologismo que describe o hacer referencia la distorsión deliberada de una realidad, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales,​ en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales.

En resumidas cuentas, no importa que tan objetivo y honesto pueda ser un medio de comunicación. Mientras la gente siga escuchando lo que quiere escuchar, ver lo que quiere ver y leer lo que quiere leer en términos de que “mi verdad es la única válida” y no desde el punto de vista de la libre elección, siempre habrá algún inescrupuloso que les de en el gusto, por unos cuantos clics más (y dólares también).

¿Qué hacer entonces frente a un fenómeno tan extenso y arraigado? Probablemente no sea el indicado para dar cátedras de periodismo, pero si tengo la certeza que hoy más que nunca debemos tener mucho cuidado, y sobretodo criterio, a la hora publicar noticias. Dar en el gusto a los intereses de un grupo determinado de personas siempre ha sido “pan para hoy, hambre para mañana”. Las confianzas no se construyen a partir de clics furtivos ni abrazar la causa social de turno, se construyen con el tiempo y sobretodo en base a algo que suena cliché hoy por hoy y que es “la verdad siempre por delante”.

Cada cual verá como ejerce su profesión en conciencia, pero lo cierto es que como medio puedes tener muchas carencias de todo tipo y podras subsanarlas de una u otra forma. Lo único que se pierde y no se recupera con nada es la credibilidad. Y darle a la gente lo que quiere leer, lo que quiere ver o lo que quiere escuchar, probablemente te hará un medio popular, pero no necesariamente creible.

“No hay democracia sin libertad de prensa”. La elección es tuya.